Todo lo que le contaría y no le contaría a mi Psicoanalista

enero 17, 2010

El 19

Vaya las 12:00! No me lo podía creer. Llevaba toda la semana, día tras días esperando, deseando, anhelando que llegará este día para no tener hora en la que despertarme y dedicarme a uno de mis preferidos vicios y placeres: dormir, dormir tanto como mi cuerpo me pidiera, hasta la extenuación, dormir de forma extravagante, exagerada, revolcarme sobre las sábanas, retozar en la cama, despertarme y volver a dormir, practicar una y otra vez ese sutil juego entre la vigilia y el inconsciente que tan placentero me resultaba.

Sin embargo eran las 12:00, sólo había dormido cinco horas y me mente ya había empezado a trabajar a un ritmo frenético, descontrolado y enseguida me di cuenta de que ya no sería capaz de volver a dormir en toda la mañana. En mi cabeza volvían una y otra vez los recuerdos de la noche anterior y pronto me di cuenta de que precisamente a esta hora él empezaría a trabajar. Hoy, 1 de noviembre, día festivo nacional en el que tan solo unos pocos tenían que hacerlo, el volvería a recorrer por 3.054 vez, las mismas calles, las mismas plazas, los mismos semáforos, giraría las mismas curvas y repetiría ese mismo recorrido. ¿Cuántas veces?- pensé. ¿Quizás 15 o 20 a lo largo de las ocho horas de su jornada laboral? y al día siguiente haría lo mismo y al otro igual. Conducía la línea 19, por lo que su trayecto visitaba una de las zonas más nobles de Madrid: desde la Plaza de Cataluña hasta Legazpi, pasando por la Plaza de la Independencia, bajando por el Paseo de la Infanta Isabel y regresando una y otra vez por Alfonso XII, Serrano y Velázquez. ¿Quién le hubiera dicho años atrás que iba a conocerse palmo a palmo esas calles tan inaccesibles, tan lejanas a su lugar de residencia, a sus gustos y a su propia vida?

Le había conocido la noche anterior entre una jungla de más de 60 o 70 hombres que poblaban el local. No sé exactamente que fue lo que me llamó la atención de él, pero fue algo demasiado sutil como para definirlo en pocas palabras. Sabía que él no respondía a la idea del tipo de hombre ideal que yo tenía en mi mente, de eso estoy segura, sin embargo, me sentía como una muñequita entre sus brazos. Todo él derrochaba sensualidad y cualquier mínimo avance hacia mi conquista, era vivido con tanta intensidad, que su exaltado deseo incitaba el mío. Y sé que la curiosidad de lo no fácilmente accesible y el apetito por lo desconocido suscitaba en él cierta admiración y acrecentaba su deseo. Pensé que quizás estaría acostumbrado a un acercamiento sexual fuerte, rápido y directo, y yo, sin embargo, le irradiaba inocencia, sutilidad, tranquilidad y sosiego. Enseguida me di cuenta de lo mucho que eso le gustaba, cuánto más jugaba, cuánto más me quitaba y apartaba para luego volver hacia él, cuanto más infantil me sentía, más y más nos atraíamos. Éramos, sin duda, caras opuestas de una misma moneda.

Sin embargo aquella noche no cogí su bus. Habíamos acordado unos momentos, unos instantes de intimidad, aunque explícitamente íbamos a renunciar al sexo. De camino a su coche se reunió con sus amigos y entonces su vida me pareció en un momento tan alejada de la mía, que me dio miedo, no sé si él o el dejarme arrastrar por su mundo. En ese momento yo ya no estaba segura de nada. Quizás fuese porque en el corto trayecto en que fuimos en el coche se manifestó tal y como era en realidad, una parte de su realidad, claro está, o quizás estaba mostrándose como sus amigos deseaban o esperaban que el se manifestara. Sea como fuere empecé a verle de otra manera, y así, su barba, su pelo largo que en un principio me habían atraído ahora me parecían grotescos y vulgares. Su risa me sonaba tan espantosa, tan exagerada, las palabras que salían por su boca tan nefastas, sus amigos, su barrio, su trabajo, su música y su manera de llamarme constantemente NENA NENA NENA, me parecían tan lejanas a mi y tan diferente a los que yo estaba acostumbrada, que en cierta manera estaba aterrada. Sólo sé que de pronto, toda mi percepción sobre él cambió y mi cuerpo ya fatigado y mi mente ansiando el sueño, solo veía prejuicios en las diferencias. Pronto lo notó, sé que se dio cuenta de que cada vez me apartaba más y de que en tan solo unos minutos había descubierto los entornos por los que giraba su vida.

Después volvimos a encontrarnos solos y todo cambió. Enseguida se mostró dulce, palpitante, anhelante del detalle, de la sutilidad, lleno de cariño que desechaba por cada uno de sus poros, de querer, de ofrecer, y de dar aquello que siempre tuvo dentro pero que pocas veces pudo manifestar. Yo, no lo puedo negar, me sentía al mismo tiempo profundamente atraída y repelida, pues todo en él era una contradicción entre su mundo exterior vulgar, mordaz y algo macarra y su mundo interior que me acababa de mostrar. Por su conversación percibí que se trataba de alguien que había vivido y sufrido mucho, pero que al mismo tiempo pretendía autoconvencerse, a fuerza de saber que nunca fue cierto, de que había tenido una infancia feliz y de que nunca estuvo solo y desamparado, de que había recibido una educación correcta y el cariño adecuado. Su trato conmigo durante la media hora que duro el trayecto fue totalmente exquisito, puro, de una delicadeza inusitada. Pero no sé, algo se cruzó en mi cerebro aquella noche. Me llevó hasta la puerta de mi casa y allí únicamente me pidió, hasta el borde de la súplica, que me dejara acostarme, que para el sería lo más de lo más, verme dormir, con los ojos cerrados, y disfrutando de ese sueño placentero que a esas horas yo ya tanto anhelaba. Sin embargo no le dejé. Mi recuerdo de sus risas, sus amigos y mis prejuicios, mis estructuras mentales más cerradas de lo que yo creía, me lo impidieron.

Me levanté a las 12.00 castigándome, pensando una y otra vez que había sido una cobarde, una prejuiciosa, un ser superficial, llevado por las apariencias y las exigencias de la sociedad que me rodeaba, y algo dentro de mi repetía tonta tonta tonta..!!! Pero no puedo ocultar que otra parte decía: ¡menos mal! cómo te ibas a ir con alguien así, que dirían tus amigas, tu gente, tu familia. Me sentí deleznable, pero al mismo tiempo lo que más me aterrorizaba es que otra parte de mi mente, la que entonces más pesaba, estaba tan deseosa de verle, que incluso pensé que ese mismo día, en el que no necesitaba para nada el transporte público, quizás ese día cogería el 19.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Me resultó divertido e interesante. Dicen que tanto pensamiento anula la acción, pero también creo que hay que confiar en una misma.
Un saludo

Palabraxpalabras dijo...

Silvita que grande que hayas recuperado entrañables historias como este, momentos únicos, irrepetibles, un poco surrealistas que nos hicieron sentir y ser quienes somos, momentos solo nuestros.